sábado, 10 de marzo de 2018

Querer ser, querer hacer

Cuando era pequeña quería ser muchas cosas. Quería ser boxeadora como Rocky, bailarina como Baby, arqueóloga como Indiana Jones, princesa como Leia. Quería pelear en el Vietnam como Rambo, encontrarme un extraterrestre como Elliot, volar como Peter Pan y tener licencia para matar como 007. Mi padre alquilaba películas casi a diario y yo las veía todas. La mayoría eran de acción o de guerra, y a veces de miedo. Estas últimas, que también me las tragaba, me jodieron la infancia. Freddy Krueger fue mi propia pesadilla durante muchísimos años, y a pesar de eso me vi toda la saga (con la cara medio tapada). El cine me parecía fascinante. Después de ver una peli, me tiraba una semana "siendo" la prota: me vestía igual, hablaba igual, contestaba a mis padres igual (me llevé algún bofetón por eso) y, en mi cabeza, todo mi mundo era como el de los personajes que me gustaban. En el colegio nos hacían la típica pregunta de qué quieres ser de mayor, y yo iba cambiando mi respuesta en función de la peli que hubiera visto esos días.
Me pilló ya grande darme cuenta de que lo mío no era un trastorno de la personalidad y, a partir de entonces, cuando me preguntaban que quería ser de mayor respondía actriz. Y ya pensaba entonces que las actrices no podían llevar una vida "normal" como la que yo conocía por mi familia: casarse, tener hijos, una hipoteca, un trabajo fijo y vacaciones en la playa. Tenían que estar disponibles para aprender a "ser" todas esas cosas de las películas y estudiar muchas cosas para poder hacerlas. Evidentemente, en una familia conservadora como la mía, no cayó bien que la niña saliera tan "fantasiosa", y ya no sólo por una cuestión de trabajo. A medida que crecí me fui definiendo en muchas otras cosas de la vida y nada parecía de su gusto: la niña no se preocupa por su futuro, la niña no pisa una iglesia, la niña quiere vivir sola, la niña es rojilla, la niña dice que si se casa será borracha en Las Vegas, la niña no tiene ninguna prisa por tener hijos con la edad que tiene ya... qué rara es la niña. Y sí, en ese micromundo, yo era (y soy) la rara, pero en mi propio camino he encotrado "raros" como yo en cada esquina y dentro de ellos yo estoy entre las más lúcidas. Puede que tenga muchas fantasías en la cabeza y, de hecho creo que si no fuera por ellas preferiría estar muerta, pero soy fantasiosa a medias, la otra mitad de mí es muy cerebral. Y en mis múltiples razonamientos descubrí que lo único que importa en la vida es ser feliz, y que una tiene que ser y hacer lo que sea para conseguirlo. Y la felicidad tiene mil caras distintas según quién se mire en su espejo. Unos son felices viajando por el mundo, otros lo son trabajando en Mercadona, y otros no lo serán hasta que rueden con Tarantino.
Personalmente, envidio a la gente que puede ser feliz con muy poco. Yo debo estar entre los que buscan la felicidad constantemente porque me he puesto el listón muy alto, pero sólo en cuanto a estilo de vida. Porque a pesar de la inestabilidad del oficio que he elegido, seré feliz mientras no me falte la emoción. Creo que sin ella, no sólo no podría ser actriz, sino que no podría ser yo. Y yo encuentro la emoción en cualquier expresión artística y en las relaciones humanas, por eso siempre ando indagando en las dos, y me dejo llevar y me estrello mucho. Pero los tropiezos y las caídas no eclipsan la emoción. Un minuto de magia, ya sea en un escenario o brindando en un bar, siempre valdrá más la pena. Más o menos he ido compensando una cosa con la otra, pero últimamente estoy bajo cero en las dos. Será cosa de echarle más paciencia y no dejar de "indagar".

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