jueves, 5 de octubre de 2017

Sin conexión

Aplicable a tantas cosas...
Igual si duermo reconecto (al menos conmigo misma).
¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? ¿Cómo va todo? Bien. Avanzando. Adaptándome. Manteniéndome lo más firme que puedo.
Sí... ya sé que no es fácil; sí, ya sé que no estoy sola; sí, todo saldrá bien.
Pero hay que ubicarse. Es un proceso. Hacer lo que he venido a hacer. No esperar nada de nadie. No agarrarme a la felicidad pasajera, incierta, dudosa. Aguantar el nudo en el pecho cuando se ve venir lo que acabará llegando (aunque nunca se está preparada).
Quizá algún día me sienta más libre, y tenga ganas de hacer de comer, y de comer, y de ampliar el mapa y sus habitantes. Quizá un día de estos no necesite más que una ventana (o dos), y el mate a mano y un cigarro de vez en cuando. Y que mi cama sea ésta, y que mi bar esté abajo, y que el tiempo libre no sea destructivo.
Y está el miedo. Miedo a la soledad, miedo a que me venza la desidia, miedo a necesitar lo que no puedo tener y, sobre todo, miedo a sentirme tan al filo del barranco de la tristeza.
Miedo a no bastarme. A compartir lunas vacías de respuesta. Al portazo de despedida. A la falta de "tacto". Una memoria sensorial que amenaza con herir. O que la misma calle que una vez me colmó de alegría, ahora me llore desconsolada.
Encontrarme entre tanto bullicio. Ser yo. Hacer lo que me gusta. Que no se noten las distancias. Que ser pequeña dure poco. Una identidad.
No tener que pedir nada, no mendigar afecto, no aceptar limosnas por compañías.
Hacer el pequeño esfuerzo de calzarme y salir a respirar cuando apriete el aburrimiento. Y seguir sacando la mejor sonrisa (a veces forzada) para no dar explicaciones, para no mostrarme vulnerable, para ser esa idea de mí que no siempre soy.
Esperando un rescate entre aguas saladas y generando lo que puedo para que eso ocurra.
Sin mí no soy nada...

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