miércoles, 6 de septiembre de 2017

Intensidad

¿Qué se gana y qué se pierde siendo intensos? "Vive la vida intensamente", "Sigue tus sueños más intensos"... Se leen cosas así por todas partes. Te animan a ser una persona "intensa". Pero la intensidad tiene su lado oscuro: puedes ser (o estar) intensamente feliz pero también intensamente triste, o intensamente enfadada o intensamente dolida. No somos intensos para lo bueno sin serlo para lo malo. Otra cosa es intentar controlar la intensidad (en lo malo, claro). La última escena (mal) apasionada que viví me llevó a pelearme con uno de mis mejores amigos. Porque si se juntan dos tempestades todo explota. Yo soy intensa, y él también y ahí acaba todo. Por suerte, las tempestades terminan pasando y llega la calma, y en esa calma se puede volver a hablar, y llega un punto en el que sabes que no vale la pena encabronarse, pero eso llega con el tiempo. A él no le perdonaré jamás el arrebato que tuvo, implicando a tanta gente y poniendo en peligro (y en vergüenza) mi trabajo, sobre todo porque no se ha disculpado ni lo hará, pero lo que me llevo de aquello es que perder la compostura te deja en el más absoluto ridículo y entre gritos se pierde la razón por completo y la gente deja de escucharte. Y aunque le pasara a él, sé que yo soy de la misma condición y me puede pasar a mí (de hecho ya me ha pasado a lo largo de los años).
Está bien ser apasionada, no es algo que yo quiera cambiar de mí, pero las malas pasiones envenenan. Ningún extremo es bueno. No es bueno ser excesivamente intensa como no lo es ser excesivamente moderada, ni excesivamente frívola, ni excesivamente trascendente. Y al final, todo se reduce a ser lo que somos pero teniendo conciencia de lo que no mola tanto para intentar, al menos, controlarlo. Eso es trabajo de cada uno y el de los otros es aceptarte como eres. Pero si no somos capaces de ver nuestros propios defectos, o los vemos pero nos da igual "porque así soy yo", entonces hay poco que hacer.
Nadie es tan bueno ni tan malo, y defectos y virtudes tenemos todos, pero no siempre se complementan con los demás. Física y química. No hay más. Y es una combinación tan delicada, tan azarosa, tan improbable que cuando se da hay que aprovecharla. Es magia, y la magia no la sabe vivir todo el mundo. Por eso, pase lo que pase en mis relaciones humanas, me quedo con la bueno, con la conexión inexplicable, con la magia... y lo que hagan los demás es su decisión. Unos te regalan flores y palabras de amor, otros te dan paz, o se deshacen contigo, o te ayudan en la sombra, o te hacen reír. 
Me quedaré con eso cuando aparezcan los "peros", los "es que..." y los "así son las cosas". Parece que luchar ya no se estila, pero yo soy luchadora, y por mi parte lucharé. 
Cerrada una etapa de rock y playa que me ha salvado del completo aburrimiento este verano, ahora toca recomponerlo todo y cumplir con los últimos compromisos que me atan a Granada. Después me voy al agujero negro de Madrid con la sensación de soledad ya incorporada. Con el presentimiento de no encontrar ese refugio por más que haya un techo sobre mi cabeza. Y con todo el miedo del mundo a que me gane la tristeza. Mi intensidad me lleva a imaginarme lo mejor, y volar y ser feliz, pero también me lleva a imaginar lo peor. Y seguro que nada será ni tan bueno ni tan malo, pero no puedo evitar pensar en todo: ¿Y si no encuentro trabajo? ¿Y si no me puedo mantener? ¿Y si el rechazo me gana? ¿Y si me siento más lejos de lo que estoy ahora? Nunca se está preparada para lo peor, por más que lo imagines y por más pesadillas que tengas. La realidad siempre golpea más fuerte. Y hay palabras (y silencios) que matan.

1 comentario:

marioojeda dijo...

Lindo escribis...muy lindo. Keep on doing