sábado, 15 de julio de 2017

Desde mis ojos

Siempre he sido una persona muy autoexigente; demasiado seguramente. Con los años, eso no ha cambiado sino que ha ido en aumento. En una justa medida debe ser una virtud, pero en grandes dosis se convierte en algo obsesivo muy lejos de ser bueno, al menos para una misma. Si la autoexigencia desmedida la unimos a una inevitable inseguridad innata, complejos y autocrítica, el resultado soy yo misma. Lo curioso de todo esto es que desde fuera no se nota, o no se le da importancia. A veces, incluso, se percibe todo lo contrario. Pero desde mi perspectiva, la realidad es otra, es la que me afecta a mí y la que, para bien o para mal, me define, me limita, me empuja, me endiosa o me destruye. Y sé que el problema es mío cuando desde fuera creen en mí, me felicitan por algo o quieren trabajar conmigo, mientras yo pienso que se puede mejorar, que no es para tanto, que hay mil fallos o que directamente es una mierda. Exagero casi siempre pero se acerca a “mi realidad”. Y tal vez lo que ven mis ojos no es más que el reflejo de mi propia inseguridad y sean los demás quienes están en lo cierto, pero no sirve si no lo veo yo. Quizás tenga que ver con mi (también inevitable) nivel de inconformismo. Si algo sale bien quiero que salga mejor, y cuando salga mejor querré que salga perfecto. En definitiva, nunca estaré del todo contenta.
Ayer me mandaron por privado el link para ver el corto que rodamos en Jaén. La directora me escribió para felicitarme efusivamente por el resultado de mi interpretación, que estaba encantada con mi trabajo y que durante el rodaje se llegó a emocionar conmigo. Después de ver el corto, o mejor dicho, después de verme a mí misma, no podía entender sus palabras. Está bien, pero no es para tanto. De hecho yo no me gusto en absoluto. Ya no a nivel interpretativo, que por ahí no está tan mal, pero hay algo en mí que no me gusta.
Algo parecido me ocurrió el lunes pasado durante el concierto en Salobreña. Todo salió bien pero ya había salido bien el lunes anterior, y yo ahora quería que saliera mejor. Exigirme internamente eso hizo que me pusiera más nerviosa de lo habitual y que no disfrutara como la otra vez. Y desde fuera lo de siempre, todo bien. Pero yo no estaba del todo satisfecha. Especialmente porque vinieron mis padres y mi hermano a vernos y quería que realmente se sorprendieran, que por una vez se sintieran orgullosos de su oveja descarriada. Pero nunca es suficiente. “Está bien” fueron sus palabras, nada demasiado efusivo. Nunca han sido personas muy demostrativas en realidad, pero mi padre se emociona más cuando gana el Madrid o mi madre cuando ve al cristo de la salud, y quizá nada de lo que yo haga esté a esa altura. Y cuando pienso esto, me alegro de haber escogido mi propio camino en contra de su voluntad, incluso aunque no les emocione, incluso con su “no está mal”, pero por dentro, por dentro de mí, se queda una espina clavada a la que intento no dar importancia, pero que está ahí. 
Sí me vanaglorio de ser persona resolutiva, y sé que encontraré la forma de “quererme más”, especialmente porque sé dónde residen los problemas y complejos y tengo claro cómo solucionarlos. Pero no se hace de un día para otro, por desgracia, así que mientras tanto tendré que lidiar con lo que "es" y no torturarme con el “quiero más”. Dejar que lo que hay sea suficiente para seguir adelante y tratar de creerme un poco a los demás, y que su visión positiva opaque la negatividad de la mía. Al menos hasta que yo pueda ver por mí misma lo que ellos ven.  

No hay comentarios: