miércoles, 31 de mayo de 2017

Lanzar la pelota

Cae por su propio peso aquello que no sostenemos con firmeza. Se caen proyectos, ilusiones, expectativas. Se caen los planes que hacemos mucho antes de intentar si quiera llevarlos a cabo. Se caen los ideales, las fantasías ocultas, el pudo haber sido y no fue. Añoramos a personas que no son reales, y añoramos cosas que ni han sucedido. Demasiada distancia, demasiado distante (y hay que comprender las razones...). Pero no merezco más que las migajas que recojo y la indigestión que me provocan, y si me quejo lo hago con la boca chica.
A punto de caerme encima los 35, es jodido ver lo rápido que pasan los años habiendo días tan largos, semanas tan lentas, meses tan eternos... Sé lo que necesito, y me jode reconocer que lo único que me levanta un poco el ánimo últimamente es el mismo objeto capaz de hundirlo. Es por eso que debo cambiar ese objeto. No importan las razones si no puedes comunicarlas, porque de nada sirve en mi caso andar mendigando atención si ésta es forzada, y en cuyo caso sólo conseguiría dañar mi orgullo. No... mejor dejar que se ahoguen las razones, que el tiempo pase despacio y que olvidar valga la pena.
Sé que algo me agobia cuando me desborda de tal modo que me arranca de la silla y me hace salir a caminar sin rumbo. Y que yo salga a caminar sin tener que ir a algún sitio es como para preocuparse. Y puedo hacerlo una vez, dos, tres... pero no me veo capaz de enfrentarme a ese nivel de ansiedad durante todo un verano. Necesito trabajar, juntar dinero, encontrar un piso decente que probablemente tendré que compartir con otro ser humano con rarezas y manías propias, y luego seguir trabajando en una ciudad que desconozco y en algo que no me guste para pagar un dineral de alquiler por algún zulo de mala muerte, mientras peleo por hacerme un hueco en el abarrotado mar de la interpretación donde hay centenares de peces buscando lo mismo, y más de un tiburón con billetes dispuesto a acabar contigo.
Cada vez que visualizo la idea de vivir en Madrid me inunda una sensación de desarraigo muy triste y, a la vez, el deseo esperanzador de plantarle cara al miedo y que me salga bien. Y si las cosas pasan por algo, tal vez el objeto de mi deseo no haya sido más que el hilo conductor que me lleve al cambio. Tal vez era esperar demasiado que significase algo más. Mejor dejarlo estar, lanzar la pelota al otro campo y no confiar en que te la devuelvan. Así se desvanece. Así se sumerge en el mismo océano del que salió. Así va cayendo por su propio peso. Así, sin agobios.

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