domingo, 26 de marzo de 2017

Domingo por la tarde

Después de un mes de no parar, y esta última semana en concreto, hoy por fin echo el freno y dedico el domingo al apacible hábito de no hacer nada, cosa que a veces necesito mucho y me encanta, pero que hoy en particular me va a acabar por aburrir. Cuando te acostumbras al ritmo frenético de hacer mil cosas a la vez, de pronto el tiempo libre parece no encajar en tu rutina. Yo siempre encuentro cosas que hacer cuando no tengo nada que hacer realmente, y lleno mi tiempo con música, con libros, con pelis, con la guitarra y el blog, con un mate y mil cigarros, con juegos de ordenador... pero todo eso lo disfruto mucho más cuando no me rondan inquietudes por la cabeza. Hoy no es de esos días. Hoy, con el cambio horario, empieza oficialmente la primavera y a mí no solo se me altera la sangre. Hay cosas que me mantienen intranquila por lo dificultosas, por lo turbias o por no saber abordarlas.
El domingo pasado, a estas horas, estaba casi llegando a Madrid sin saber lo que me esperaba y con el corazón a mil por descubrirlo. Pasó todo como un suspiro, sin darme tiempo a asimilar tanta emoción. Y con toda esa emoción sin resolver volví el martes a Granada, al lugar donde me conocen, donde las calles no resultan extrañas y donde están las cuatro paredes que me protegen del vacío exterior. Y en este clima, en esta lejanía, y con esta ansiedad volví también a esperar los mensajes de la madrugada como respuesta a mis preguntas, o al menos, esclareciendo la realidad.
A lo largo de esta semana he descubierto muchas cosas que me hacen pensar en lo injusta que puede ser la vida y lo complicado que es mantener relaciones justas con cada persona que se te cruza en el camino. Que mientras unos te ponen en un pedestal, otros no se dignan a llamarte. Que mientras unos no dudan en sucumbir a la locura, otros optan por ser prudentes. Y que yo misma endioso y me doy a la locura, de igual modo que no llamo a nadie y soy prudente, y acertar con cada cual no podemos elegirlo (quién merece una cosa, quién merece otra...). No se eligen los sentimientos; nos eligen a nosotros. En cualquier caso, siempre es mejor sentir algo que no sentir nada, incluso equivocándonos.
A la escasa semana que le queda a marzo intentaré ponerle un broche de oro porque la verdad es que este mes se ha portado. Pero empezaré mañana. Hoy no quiero saber nada del mundo, al menos mientras dure la luz del día. Con inquietudes o sin ellas, aburriéndome o no, este domingo es para mí y haré lo que sea para no pensar más allá de las nueve de la noche. Ya, si eso, me ayuda Freddie.


miércoles, 22 de marzo de 2017

MadriZ me mata

Estación Sur de Autobuses, Madrid (21 de marzo, 10:00 a.m.)
A hora y media de tomar el autobús que me devuelva a la cordura, estoy sentada en un banco al sol, con una libreta y un boli que acabo de adquirir en la estación a modo de salvavidas. No esperaba que el regreso a Granada fuera tan necesario, porque haciendo equilibrio en esta cuerda floja sin saber cuánto podré aguantar, es mejor que la caída me pille refugiada en casa que en las calles desconocidas de Madrid. Es el precio a pagar por el desafío. Vine a hacer lo que tenía que hacer y cuando lo hiciera volvería a casa. Irme contenta no estaba contemplado, lo sé, pero tampoco esperaba irme tan triste. No me cuestioné nada cuando tomé la decisión de venir porque si lo hacía no hubiera venido. Considerar las consecuencias me hubiera impuesto límites que, evidentemente, no quería tener y sin límites se corren riesgos. Yo era muy consciente de esos riesgos, pero el deseo impulsivo pudo más que todos ellos. Planeé esta "aventura" durante una semana con la ilusión de un niño el día de su cumpleaños, y eso fue suficiente para seguir adelante. Vine a ciegas, pensando solamente en el siguiente paso y confiando en que, al menos por mi parte, no fallara nada y creo que eso no lo hice mal. Todo lo que pasara a partir de ahí escapaba a mi control y esa parte desconocida es la que vine a descubrir (con todos sus riesgos).
Supongo que el éxito o el fracaso de algo se mide por la sensación final de la experiencia, y cuando los acontecimientos te llevan por caminos extraños que te desorientan y pierdes toda ubicación, aparecen los interrogantes y la sensación final no es buena. Hablar de éxito o de fracaso en esta ocasión no sería muy acertado. En realidad no sé cómo llamarlo, solo sé que tengo un escalofrío agarrado al pecho con los síntomas de que algo ha fallado, aunque no sea culpa de nadie. Quizás cargué la maleta con demasiadas ilusiones y olvidé echar la prudencia (siempre se me olvida algo cuando viajo). También se juntan muchas cosas... el quiero y no puedo, el sentirme empequeñecida en terreno desconocido, mi propia inseguridad ante casi todo, el verme a la deriva en un mar de gente sin saber exactamente a dónde ir, con el cuerpo cortado por el desenfreno y las alas cortadas por la prudencia ajena... e intentar ocultar todo eso tras una sonrisa y unas gafas de sol, aunque mi cuerpo desvelara en cada paso torpe tanto cansancio.
Son las 11:30 y a medida que me alejo de Madrid voy dejando un rastro de melancolía difícil de entender. No sé qué quería que pasara para sentirme mejor, pero sí sé lo que no quería. No quería la frustración, ni el desapego, ni la cordialidad. No quería despertar nerviosa en mitad de la noche, ni quería indiferencia, ni quería "normalidad". Y desde luego no quería que si todo eso se daba, pesara más el anhelo de lo que pudo haber sido que el recuerdo de lo que en realidad es, porque creo que eso es justamente lo que me oprime el pecho. Y tengo que hacer un ejercicio de autoconvencimiento para que la sensación de haber pasado desapercibida desaparezca. Me consuela pensar que en casa está mi gato solito y que quizás él me esté echando de menos, y puede que eso suavice un poco todo lo que echaré de menos yo. Me gustaría poder dormir las cinco horas que dura el viaje pero mi memoria sensorial ataca en cuanto cierro los ojos, y por eso escribo, para tener la mente ocupada en ordenar palabras y así privarla de fantasías desmedidas. La imaginación es la única culpable de tanto desajuste emocional.

Granada (22 de marzo, 13:09 p.m.)
Con mi gato, que sí me echó de menos por lo que me dio a entender cuando abrí la puerta de casa, mi pajarillo cantando y mi perra recién recogida de la residencia, parece que el orden vuelve a mi vida, y al menos lo que queda de mes intentaré disfrutar de ese orden. Ahora, con oxígeno granaíno en los pulmones y habiendo dormido varias horas del tirón, puedo ver las cosas con más claridad. Ya no me preocupa tanto haberme quedado sin representante y la difícil tarea de tener que buscar otra agencia, ni la de vueltas y trabajo que conlleva encontrar salas para actuar, ni el "final" de la recién inaugurada primavera. Buscaré otra agencia sin ninguna prisa, enviaré material a las salas aunque sea a ciegas, y cambiaré el punto final del último viaje para añadirle puntos suspensivos al siguiente. Mientras tanto me concentraré en todas las cosas que tengo por delante, que no son pocas. Mañana toco con mi banda en "La Compañía", el viernes y el sábado hacemos el último fin de semana de microteatro y por ahí hay un casting con buena pinta al que me quiero presentar. Se vienen muchos ensayos, un rodaje y tiempo perdido que recuperar. Me estreso mucho, pero el trabajo me salva de mí misma así que lo pillo todo con ganas.
Quizás Madrid me mate, pero para eso tendremos que pelear antes. Rendirme no entra en mis planes, y hay batallas que valen la pena. Y aunque yo soy más de la lucha cuerpo a cuerpo (de ahí que me desangre a menudo) voy a probar eso de la prudencia como arma de defensa.





Y desafiando el oleaje
sin timón ni timonel
por mis sueños va,
ligero de equipaje
sobre un cascarón de nuez,
mi corazón de viaje (...)

Sabina, "Peces de Ciudad".








miércoles, 15 de marzo de 2017

Placer en lo desconocido

La vida está llena de innumerables placeres: el sabor afrutado de la gelatina a la hora de la merienda, las 21:00 de la noche en primavera, quedar con amigos en el bar de enfrente para tomar vinos a euro, apoderarse del sofá con una buena peli y un vaso cerca o quedarte hasta la madrugada intercambiando mensajitos con gente que te hace reír. Y escribir. A veces escribir es placentero; otras veces es una necesidad. Escribo por necesidad cuando no soy capaz de verbalizar ciertas cosas y tengo que sacarlas de alguna manera, o cuando tengo tal lío en la cabeza que sólo escribiendo consigo ordenarlo. Hoy escribo por placer, por el mero placer de teclear y contar algo, por insignificante que sea.
Marzo ha llegado como una bendición en todos los sentidos: trabajo, dinero, independencia, ilusiones renovadas y el olvido necesario de errores pasados. Y cuando todo parece ir bien y logro por fin alcanzar la tranquilidad y el gusto por lo cotidiano, me dura dos días... Creo que no fui diseñada para eso. En cuanto me veo nadando en aguas tranquilas, salta un resorte en mi interior que me empuja a mares turbulentos como si la complicación fuera el motor que me mueve. Reconozco que soy un poco así y que luego me quejaré de los líos en los que me meto, pero si no fuera por ellos me aburriría muchísimo. También es cierto que no todos los líos los busco a conciencia; muchas veces vienen a mí y no sé esquivarlos (¿o no quiero hacerlo?).
El último lío que tengo en la cabeza me va a llevar a Madrid dentro de poco en un acto probablemente suicida para confirmar que, efectivamente, soy una masoquista emocional. Castings, entrevistas con salas de espectáculos, firma de exclusividad, encuentros casi a ciegas... todo mezclado en un cóctel molotov tan excitante como peligroso. Pero siempre me he fiado de mi instinto que es, sin duda, el mejor guía que tengo, y me lleve a donde me lleve estará bien (con todas las complicaciones que eso pueda generar).
Encuentro un extraño placer en lo desconocido, y es extraño porque se mezcla con el también miedo a lo desconocido. Supongo que el placer radica en la inquietud: ¿por qué da miedo? ¿por qué si da miedo accedemos? ¿por qué si accedemos estamos corriendo riesgos? ¿por qué correr riesgos nos pone tanto? Será por eso de que el que no arriesga no gana, y aún sabiendo que la posibilidad de perder está ahí, la posibilidad de ganar también, y nos resulta más atractiva... En muchas de las cosas que hago "por placer" no tengo claro qué busco; no sé qué ganaría si gano, o qué perdería si pierdo. Puede que no se trate de nada de eso. Puede que el placer esté simplemente en el hecho de dejarse llevar por inercia a algo que te da buena espina, pase lo que pase después...