viernes, 26 de agosto de 2016

Agosto o revienta

Agosto llegó azotando fuerte con la noticia de la muerte de Miguel, y no ha ayudado el ambiente enrarecido que circula a mi alrededor. Está siendo un mes largo, por suerte cerca ya de morir, y a excepción de alguna buena película, los libros y este rincón de mi casa del que me he apropiado, no ha habido nada realmente bueno (salvo la presencia, siempre maravillosa e indispensable para mi bienestar, de Robin, Luna y Mario). A pesar de todo, disfruto mucho el tiempo libre y la ausencia de compromisos sociales. En septiembre comenzará de nuevo la movida, los ensayos apresurados con The Happy Fish para tres bolos que tenemos cerrados de momento: el 9 en La Chistera de Monachil, el 10 en El Higo y el 21 en el pub Magic. Pero hay algo más inminente. Este domingo, 28 de agosto a las 20:30h, ponemos con Jalea Teatro "El Desvarío" en el Teatro Mira de Amescua de Guadix. Un bolo para el que me estoy preparando a conciencia y que me tiene de lo más entretenida. Resuelta ya a simplificar mi vida y mis relaciones, intento al menos esmerarme en lo profesional, "complicarme" con el trabajo (que además me da satisfacción), y dedicar mi atención al mero placer de las pequeñas cosas. Con el mes que se viene espero juntar algo de dinero, porque agosto también ha sido precario en ese sentido. Lo de reventar quizás lo deje para más adelante con las conversaciones pendientes, las discusiones sobre cosas indiscutibles, la bajada de fichas a más de uno y mis luchas constantes contra gigantes que no llegan a molinos y que no está mal que sepan que lo sé...
Leyendo ahora "Las Bicicletas son para el Verano" me recuerda que yo la mía no la he cogido ni un solo día. Me estresa menos salir a pasear que cargar con semejante chisme que ni entra en el ascensor. Ahora hace buen tiempo para caminar, un ratito antes de que empiece a oscurecer, cuando ha bajado el calor. Una forma de mantener activas mis piernas hasta que retome las clases de equitación en un par de semanas. Vendrá todo junto en poco tiempo, sí... por eso aprovecho esta bendición de soledad que algo de bueno trae al desorden interior del largo y cálido verano.



Trailer "El Desvarío" de Jalea Teatro

       
Rueda de prensa en Guadix con Jalea Teatro

sábado, 20 de agosto de 2016

En sueños

Cajas amontonadas en un escenario. Cables enredados por el suelo. El reloj no marca la hora exacta. Papeles esturreados. Hace calor. Estoy nerviosa, inquieta, cabreada, con la sensación tantas veces vivida de no estar preparados. No sé dónde está la ropa. Aún no me he maquillado. Falla todo. Los instrumentos no suenan, las voces tampoco. Yo no tengo voz, nadie me escucha. Salgo de allí. Tengo que buscar algo fuera pero me pierdo por el camino. Me cruzo con la gente que espera en la puerta para entrar y salgo corriendo. No quiero que me vea nadie (...)

Intento llegar a un acuerdo pero no sé qué hacer para que me entiendan. Nadie parece escucharme. Estoy sola. Me intento apoyar en mi amigo pero él no me hace caso. Está serio. No quiere saber nada, no quiere escuchar. Amenazas (...)

Otro amigo; otro sordo. Le hablo enfadada pero ni siquiera me mira. No nota mi presencia. Lloro pero no hay consuelo de nadie. No es para tanto (nunca es para tanto) y siguen a lo suyo y yo a lo mío, a seguir llorando. Me llegan gritos de ese amigo pero ahora yo no quiero escuchar. Me voy. Lo dejo todo atrás (...)

Estos sueños los he tenido ya varias veces en las últimas semanas, pero con variaciones... a veces son los chicos del grupo, otras veces los de la compañía, incluso una vez no reconocía ninguna cara. El caso es que al despertar me siento agobiada y me entra un poco de ansiedad hasta que vuelvo a dormirme (o hasta que despierto del todo y se me olvida).
Sé que en estos sueños hay algo de realidad y mucho de inseguridad propia. En cuanto siento el más mínimo indicio de inestabilidad mi cerebro crea sus propias pesadillas. Algo que seguro tiene que ver con mi pesimismo innato y una desconfianza hacia casi todo(s) que he ido desarrollando a fuerza de experiencias en las que la vida me ha puesto desde siempre. Supongo que estoy acostumbrada a que nada dure demasiado, a que todo tenga una fecha de caducidad, un tiempo limitado. Ese pensamiento me lleva a estar a la defensiva siempre, sin ni siquiera proponérmelo; es un mecanismo que está en mí y se activa solo.
Desde pequeña nunca he tenido muchos amigos. En el colegio solo tuve una mejor amiga. Con 11 o 12 años nos empezamos a juntar con otras tres chicas y las cinco nos hicimos bastante amigas, al menos mientras tuvimos intereses comunes. Al llegar al instituto nos separamos, y allí conocí a otra mejor amiga que me duró hasta el segundo año de carrera y luego también desapareció. En Granada me relacioné con muchísima gente y empecé a tener más mejores amigos que mejores amigas, pero también fueron pasando de largo. En general nunca he sido buena para relacionarme con la gente. Ahora lo hago mucho mejor, quizás porque no busco hacer amigos, y cuando no buscas, encuentras... La amistad es un concepto muy amplio y seguramente mi error fue siempre querer encorsetarlo. Ahora tengo un par de buenos amigos y muchísimos amiguitos con los que salir por ahí. Quizás la distinción está en que con los amigos puedes compartir algunas cosas (unas cervezas con unos, una charla con otros...) y con los mejores amigos lo compartes absolutamente todo. Pero al final de los finales, y muy en el fondo del fondo, la realidad es que estamos solos. Me atrevo a generalizar, aunque básicamente estoy hablando de mí. No está mal que a veces pasen cosas que nos hagan recordar esto. Antes me quejaba mucho, pero aprendí a llevarme bien conmigo misma y a no necesitar "tener" a alguien. Es una buena forma de evitar malos ratos, y además me deshago de la parte egoísta de pretender que todos estén para mí cuando yo no puedo estar para todos. Aprendí, a lo largo de los años, que amistad y compañerismo son conceptos distintos, que uno no excluye al otro, pero que son independientes de por sí y por tanto se pueden dar por separado. En eso he basado mis relaciones desde que empecé a hacer teatro y sé muy bien quiénes son amigos, quiénes son compañeros y quiénes son ambas cosas. Me falta distinguir mejor quiénes no son ni lo uno ni lo otro, pero voy progresando. Adelantarme a los acontecimientos me ha puesto a veces en situaciones muy feas a nivel emocional, pero la realidad es que hasta la fecha mi intuición no me ha fallado nunca. Otra cosa es que me guste lo que me cuenta, porque cuando no me gusta tiendo a ignorarla para no creer "la verdad" y me invento excusas para seguir adelante en ese terco empeño de que algo salga a mi gusto.
No sé qué me dicen mis sueños últimamente, pero supongo que mi subconsciente me quiere preparar para algo que puede que pase o puede que no, pero que por si acaso, me previene. Y todo debido a un cúmulo de experiencias pasadas de las que para bien o para mal aprendemos. Cuando está nublado puede llover. Quizás no lo haga, pero nosotros salimos con paraguas por si acaso. Es un poco lo mismo... A veces noto el cielo nublado a mi alrededor (las actitudes de unos, las circunstancias de otros, los problemas que surgen porque sí, la falta de comunicación...) y puede que se quede todo en eso, en un cielo nublado que después se despeja sin más, pero si le da por llover estaré preparada, porque la vida me ha enseñado a reconocer las señales de tormenta y muchas veces me ha pillado el chaparrón desnuda en mitad de la nada, calándome hasta los huesos y teniendo que superar el frío y la enfermedad. Cuando esto ya te ha pasado, no te atreves a salir de casa sin mirar antes por la ventana, y con todo, puede llegar un temporal en cualquier momento pillándote desprevenida. Ahí no hay nada que hacer, pero sabiéndolo de antemano, no te vas a arriesgar al desafío porque normalmente se pierde...
Siempre me agarro a pensar que hoy todo va bien y lo que pase mañana no quiero saberlo. Nunca dejaré de pelear por lo que quiero, pero si de últimas algo no depende de mí, que al menos me quede la satisfacción de haber llegado hasta el final de esa fecha límite que parecen tener las cosas, dándolo todo siempre de la mejor manera que sé, mirando por mí y por ende por mis compañeros (y/o amigos) para que la recompensa sea compartida, al igual que se comparten las miserias. Se trata, más allá de los juegos de dados, de ser fiel a una misma por encima de la fidelidad que profeses a los demás. La   palabra final la tendrá el destino de cada uno.



Cuando vayan mal las cosas como a veces suelen ir,
cuando ofrezca tu camino sólo cuestas que subir,
cuando tengas poco haber pero mucho que pagar,
y precises sonreír aun teniendo que llorar,
cuando ya el dolor te agobie y no puedas ya sufrir,
descansar acaso debes pero nunca desistir.
Tras las sombras de la duda,
ya plateadas ya sombrías,
puede bien surgir el triunfo,
no el fracaso que temías,
y no es dable a tu ignorancia figurarse cuan cercano,
puede estar el bien que anhelas y que juzgas tan lejano, lucha,
pues por más que en la brega tengas que sufrir.
¡Cuando todo esté peor, más debemos insistir!
Si en la lucha el destino te derriba,
si todo en tu camino es cuesta arriba,
si tu sonrisa es ansia satisfecha,
si hay faena excesiva y vil cosecha,
si a tu caudal se contraponen diques,
Date una tregua, ¡pero no claudiques!
"Porque en esta vida nada es definitivo,
toma en cuenta que: todo pasa, todo llega y todo vuelve"

(R. Kipling)


viernes, 5 de agosto de 2016

Cartas a Mike

1 de agosto de 2016, Granada (19:30h)

Querido Miguel

Hace un par de horas que me dieron la noticia y llevo desde entonces intentando pensar en ello, no como un hecho real, sino como algo sujeto a suposiciones. Porque no puede ser cierto. Y la sola idea de que lo sea me ha inundado de lágrimas hasta el punto de necesitar parar de llorar porque los ojos se me estaban cayendo a base de restregones. Me agarré a la negación y decidí hacer como si nada. Todo estaba normal, como siempre. No había malas noticias. ESO no había pasado. Saqué a mi perra, me duché y me tiré en el sofá a leer, en un triste intento de evadir los pensamientos con ese endurecimiento hipócrita que buscamos para esquivar el dolor. Las palabras fatídicas que llegaron para entorpecer mi alegría resonaban en mi cabeza al más mínimo despiste de concentración ociosa, y esas palabras acudían a mis ojos en forma de más lágrimas, llevándome al abismo de frustración e impotencia que trataba, en vano, de burlar con la lectura y la negación. 
Querido Miguel, te has ido sin despedirte, sin hacer ruido, saliendo de puntillas por la puerta de atrás. Te has muerto solo, tal como te gustaba vivir, sin llamar la atención; sin llamar "por no joder". La última vez que hablamos me dijiste que nos veíamos poco, y tenías razón. Pero en eso compartimos la culpa; tú por no llamar nunca, yo por la misma razón. Nos parecíamos tanto... El viernes fue el último día de la temporada en La Tertulia y quise pasar, pero por circunstancias me quedé en casa esa noche. Fue la última vez que se te vio con vida. Ojalá me hubieras enviado uno de tus escasos mensajitos diciendo "Boluda, ¿te vienes a jugar al truco, o qué?". Pero no lo hiciste. Y quizás si lo hubieras hecho, me hubiese quedado en casa igual, por pereza. En cualquier caso, no te perdono que te hayas ido así. Ahora mismo, con la rabia chorreándome por las mejillas, no siento pena por tu muerte sino la pena egoísta de quedarme aquí sin ti, en este inmenso vacío que me has dejado. Porque no sé cómo acostumbrarme ahora a no oír esa voz ronca contando historias, anécdotas de una vida pasada que yo escuchaba con ensimismamiento como si el universo me estuviera regalando algo. No sé cómo podré algún día volver a jugar al truco sin tenerte enfrente haciéndome señas o dándome patadas por debajo de la mesa (con alguna caricia para que no me enfade). Nunca me planteé que pudieras faltar porque una no piensa en esas cosas. Y ahora que no estás, no encuentro las palabras para expresar lo mucho que te quiero y la falta que me haces. Aunque nos viéramos poco, saberte ahí, cercano, respirando en algún lado, al alcance de una llamada, era todo lo que necesitaba de ti. Jamás te reproché (y si lo hice era para joderte) que no me llamaras "nunca". 
Querido Miguel, has sido un gran amigo a pesar de todas nuestras peleas. Nunca me has mentido, ni me has traicionado, ni me has hecho daño a conciencia. En pocas personas he podido confiar tanto en mi vida. Fue contigo con quien hablé cuando me vi atrapada y no tenía siquiera las palabras para contarle a nadie lo que me pasaba. Pero contigo no hacía falta hablar… lo entendías todo porque te veías reflejado en mí, igual que yo me reconocía en tu espejo. Fue por ti en gran parte que ahora soy actriz, fue por ti que maduré, y leí los libros que me faltaban (aún me quedan muchos), y vi las películas imprescindibles, y aprendí a apreciar el jazz y el tango, a beber bourbon y Fernet, a tratar a la gente como se merece, a no aparentar. Y fuiste un ejemplo de sabiduría, de eterna juventud, de respeto. Nos peleábamos a veces, es verdad, porque eras obstinado, testarudo y arrogante, y siempre querías quedar por encima de mí. Pero de vez en cuando me permitías alguna licencia, me dabas la razón en voz baja, incluso me admirabas. No te costaba decirme que me querías “Te quiero, boluda” y dedicarme una sonrisa y compartir un Jim Beam con cerveza para que yo también te quisiera a ti, a pesar de que fueras duro conmigo. Y yo te quería igual, incluso te quería mas por ser así, tan tajante, y serio y crudo, pero con un fondo de increíble sensibilidad que no mostrabas abiertamente, pero que me mostraste a mí, haciéndome cómplice de por vida. Me confiaste secretos, me contaste penas y alegrías, te vi afligido (nunca llorando) y te vi reír, y emborracharte, y ponerte enfermo, y te vi bailar. Y sabes bien, que desde mis ojos veía mucho más de lo que veían otras personas y eso te gustaba y por eso me querías; y por eso yo te quería  a ti. La última vez que hablamos me dijiste que te ibas a comprar una casita en el norte para pasar tranquilo los años que siguieran a tu jubilación. Pues bien al norte que te has ido, carajo, y de tranquilidad ni hablamos... 


2 de agosto de 2016, Granada (00:15h)

Querido Miguel

Acabo de llegar de La Tertulia, en donde se ha reunido un montón de gente para brindar y dedicarte el último adiós, pero no he aguantado ni cinco minutos. Yo no quería ir a La Tertulia para despedirme de ti porque no quería despedirme, porque no me sentía capaz de llegar allí y que tú no estuvieras, y porque sabía que mi esfuerzo por mantenerme entera, aún llorando en soledad por momentos, se iría al carajo en cuanto me encontrara con los demás. No quería ir, no quería derrumbarme otra vez, pero en el último momento pensé que si Tato, quien claramente es uno de los más damnificados por la cotidianidad de vuestro día a día, había sido capaz de reunir las fuerzas suficientes para abrir el bar y convocar a todo el mundo, yo al menos tenía que intentarlo. En el camino iba pensando que quizás la tristeza compartida ayudaba a secar las lágrimas y hacía menos cruel el hueco de tu ausencia, que quizás los abrazos transmitían algún tipo de calma al corazón, que quizás entre todos fuera más fácil aceptar esta mierda, pero no ha sido así. No para mí. Las lágrimas ajenas doblaban las mías, lo abrazos temblorosos me derrumbaban, las palabras cariñosas me hacían más débil, y todo eso era justo lo que quería evitar. Me cuesta mucho ser fuerte, no me gusta que me vean llorar, y me duele el estómago si veo llorar a los demás. Estaba claramente en el sitio equivocado. Tuve que salir de allí. La primera vez di una vuelta corta, pasé por tu puerta y solo pude mirar de reojo porque temía encontrarme tu espectro en la escalera. Me senté en un banco y respiré, y lloré más, para poder volver a La Tertulia con los ojos secos. Se me acercó un señor italiano de avanzada edad para preguntarme si estaba bien (lo que era una clara pregunta retórica) y por un momento pensé que me habías mandado a alguien. Pero el tipo solo dijo que era de Milán y que era profesor y se fue sin más. Volví. Pero no podía quedarme, y salí escopeteada después de besar a Tato y a alguno más que encontré en el camino. Salí con la cabeza agachada para que nadie me parara, para no ver más caras tristes y para no seguir en esa agonía que me estaba asfixiando. Me fui caminando a casa y controlé el reloj. Media hora, Miguel. Media hora de tu casa a la mía, andando a paso ligero. Podías haber venido, sobre todo ahora que habías tomado el saludable hábito de caminar una hora diaria y pasar del taxi. Media hora de ida, media hora de vuelta y ya tenias tu hora hecha. Pero siempre pasaba algo. Retrasábamos el momento como si el tiempo fuera eterno, como si "dejarlo para mañana" no tuviera mayor importancia. Si no es hoy será otro día, no pasa nada. Un día de estos... pues se nos ha acabado el tiempo, viejo. Ni yo he pasado por tu casa a recoger el cartel de tango, ni tú por la mía a compartir un almuerzo, como estaba planeado. 


2 de agosto de 2016, Granada (20.15h)

Querido Miguel

Hoy a las 18.00 te han incinerado. Por deseo de tus hijos el acto se ha hecho en la intimidad familiar, así que no he estado allí para presenciarlo. Y me alegro… tras la experiencia de anoche, no me apetecía enfrentarme de nuevo a la pena colectiva, a las lágrimas ajenas, al destrozo general de tanta gente que te quería y que iba a estar allí para ese último adiós. Una vez me dijiste que en estas situaciones te sentías incómodo, que la procesión va por dentro y que ver llorar a los demás hacía que saliera y no te gustaba pasar por eso. Así que sé que entiendes mi postura de mantenerme alejada del tumulto funerario, porque también en eso coincidíamos. 
A las 17.00 me acosté para no estar consciente durante el momento de tu cremación y torturarme con imágenes terroríficas de un cuerpo en llamas que ya no siente el calor del fuego. Contra todo pronóstico, lo conseguí; dormí profundamente. En un momento desperté los segundos justos para darme la vuelta y seguir durmiendo, y en esos instantes se me ocurrió mirar el reloj digital luminoso que tengo frente a la cama. Eran las 18.00 en punto. Recuerdo que sonreí y en seguida me dormí otra vez hasta casi las 19.30. Nunca he creído en estas cosas, pero que justo a las 18.00 se me abrieran los ojos para volver a cerrarlos segundos después me pareció cosa de magia, como si hubieras querido decirme “Ya es la hora, me voy. Tú sigue durmiendo”. 
Me he levantado con una renovada visión de los hechos. He entendido que en lugar de estar triste por un amigo que se ha ido lo que tengo que hacer es pasar más tiempo con los que aún están aquí. Aprovecharlos y cuidarlos mientras estén, para no tener que lamentarme cuando se vayan de no haber pasado más momentos juntos. He llamado a mi abuela, he quedado con Willy para tomar vino y he decidido no darle más poder al mañana, porque mañana no existe. Tu muerte me ha servido para anticiparme a la vida.
Querido Miguel, no puedo acabar esta carta sin darte las gracias por todo lo compartido. Guardo como un tesoro infinidad de momentos juntos, jugando al truco hasta cerrar el bar, y en los buenos tiempos, cuando no había horario de cierre, aquella vez que se nos hizo de día y nos fuimos a desayunar. Recuerdo especialmente aquel mes de mayo cuando aún estabas recuperándote de tu ruptura y desnudaste el alma para contarme con detalle cómo te sentías y el esfuerzo que hacías cada día para estar mejor. Recuerdo la vez que me invitaste a tu casa (creo que fue la primera) y me recibiste en bata, cocinaste arroz basmati y luego me leíste un cuento tuyo. Recuerdo otra noche, tú tirado en un sofá y yo en otro, hablando de la vida, y recuerdo con claridad aquella frase que me encantó oír de tu boca “La verdad es que he tenido una buena vida”, y lo dijiste de verdad a pesar de las adversidades con las que todos nos encontramos en el camino. Recuerdo la noche de San Juan en el río Dílar comiendo milanesas en la oscuridad con una linternita parpadeando. Recuerdo un paseo por el pantano de Cubillas donde nos contaste que en un tiempo estuviste viviendo por allí. Recuerdo tu gigantesca biblioteca y lo ordenada que la tenías y recuerdo que pensé que algún día yo quería tener una igual. Conservo, por supuesto, los dos libros que me regalaste por mi cumpleaños para contribuir a ella. Recuerdo nuestras charlas por Messenger, “Tinta Negra”, y recuerdo que una vez me rescataste de un capullo con bastón que me estaba molestando en la barra de La Tertulia, y que aquella fue de las primeras veces que empezamos a hablar tú y yo. Recuerdo las partidas de damas chinas, tus instrucciones sobre medicina, por qué sabe mejor el bourbon con cerveza, el Fernet con Cocacola y el mate amargo. Recuerdo tus historias de pescador, de tu etapa como cineasta, de por qué empezaste a escribir cuentos, de las mujeres que pasaron por tu vida; tus relatos de los viajes por África, por Argentina, por Chile, por medio mundo… Recordar está bien, aunque traiga consigo la añoranza que inunda de nuevo mis ojos. Se nos han quedado cosas pendientes y eso me llena de rabia, pero ante la imposibilidad de hacer algo al respecto solo me queda resignarme, aceptarlo y procurar que no me pase con otras personas.
Ven a verme alguna vez y cuéntame cómo se está por ahí (en sueños, por favor, no te me aparezcas en plan fantasmilla de negro cuando esté andando por el pasillo porque me da un patatús). Tú eras ateo, pero déjame que yo fantasee con algún lugar donde volver a verte, con o sin dioses alrededor. Me alegra saber que te fuiste con un beso mío en la boca (siempre nos besábamos así) porque quizás nadie más te besó en la boca desde que lo hice yo pocos días antes de tu partida, en la puerta del bar, con algún borracho alrededor. Me alegro de que a pesar del año que pasamos sin hablarnos, se arreglara todo de golpe, sin rencores, tragándonos ambos el orgullo de esperar a que sea el otro quien diera el primer paso. Pero me cuesta pensar que no te volveré a ver en La Tertulia, donde ya has dejado el enorme hueco de tu ausencia para siempre.
Espéranos con Rino, con la baraja preparada y el vaso lleno, porque iremos llegando todos, cada uno a su tiempo, para seguir la partida. Pero a mi espérame a parte, porque si te di el último beso cuando te fuiste también quiero darte el primero cuando llegue.


P.D. Compenso que no tengo fotos de 2013 (ay...) con dos de 2007 que fue nuestro gran año. 
P.P.D. TE QUIERO


2006

2007
2007
2009
2008

2010
2011

2012
2014

2015






2016

lunes, 1 de agosto de 2016

Letras

Hace unos años, cuando mi abuelo falleció, empecé a escribir algo parecido a un cuento largo con aspiraciones de novela corta y cuyo título era lo único que tenía claro: La Jarrilla de Lata. Como muchas veces en mi vida, empecé aquella empresa con arrebato y urgencia, con unas ganas desmedidas de documentarme sobre una historia familiar que se remontaba a mis bisabuelos y de cuya unión surgió un inmenso árbol genealógico con sus ramificaciones imposibles que no había por dónde agarrarlo. También como muchas veces en mi vida, cuando se me pasó el frenesí del momento, acabé abandonando a medias aquel empeño al verme rodeada de un millón de folios escritos, con sus anotaciones ilegibles en los márgenes, fechas, datos, nombres y apellidos, que intenté pasar a limpio para ordenar las ideas en capítulos y darle cierta forma, pero que resultó un trabajo demasiado lento para la prisa que yo tenía por ver aquello encaminado en algo parecido a una historia coherente con su principio, su trama y su final. Había demasiadas cosas que se me escapaban, puesto que no soy escritora ni tengo intención de serlo, pero siempre que he querido hacer algo he dedicado mucho esfuerzo y empeño en hacerlo bien, y en esta ocasión no me sentía preparada para encarar la construcción digna de un libro, a pesar de que nunca lo concebí para ser comercializado sino para tenerlo como un recuerdo familiar que como mucho leyeran mis parientes.
A pesar de que el futuro libro no salga nunca del círculo de los más allegados, en aquellos momentos decidí que si lo hacía lo hacía bien porque seguramente sería lo único en condiciones que escribiría en mi vida a parte de algún cuento mediocre y este insulso blog que uso a modo de diario. Lo dejé reposar hasta hoy. De vez en cuando se me ocurre alguna descripción graciosa, o recuerdo alguna anécdota de las muchas que me han contado sobre antepasados que nunca conocí, y lo anoto para que no se me olvide con la intención de darle forma algún día. Tengo incluso dos cintas de casete de mi abuelo (no el que murió sino el otro, que ya ha muerto también), al que un día visité con pastelitos y grabadora en mano, hablándome de la guerra, que a él lo pilló con 12 años, y desvelándome innumerables anécdotas de lo que fue casi un siglo de vida.Tendría que leer tres veces más de lo que leo para escribir si quiera un capítulo decente, y con todo el ajetreo de ensayos, bolos y demás, leer es lo último que hago. En verano aprovecho el inmenso tiempo libre que me brinda el parón estival para ponerme más al día con la lectura, y cuando doy con alguna novela apasionante de las que te enganchan sin remedio me digo que eso es lo que yo quiero escribir; algo que atrape, que se lea con facilidad y que pasado un tiempo tengas ganas de releerlo como si fuera la primera vez.
Recuerdo que le conté a una amiga la idea, cómo quería desarrollarla, el enfoque que me apetecía darle y ella, sin decir nada, me sonrió. Unos días después, por mi cumpleaños, apareció por casa y me trajo de regalo un libro. "Te va a gustar", me dijo. Era La Casa de los Espíritus, de Isabel Allende. Cuando lo acabé, entendí a qué vino aquella sonrisa y aquel regalo. Me estaba diciendo claramente que lo que yo quería hacer ya existía y mucho mejor, seguramente. Pero no me desanimé porque, al fin y al cabo, Allende tampoco había inventado nada nuevo... ya existía Cien Años de Soledad. Y a pesar de las similitudes, son dos libros diferentes, narrados con diferentes voces y que cuentan lo que quieren contar, solo que Gabriel llegó primero. Es difícil ser original. A veces parece que ya está todo inventado, pero pienso que las cosas que vienen de dentro tienen que salir aunque se parezcan "sospechosamente" a otras. Yo no había leído La Casa de los Espíritus cuando concebí mi idea y es cierto que prácticamente era lo mismo que yo quería hacer, incluso desde las voces narrativas de los personajes, pero Isabel llegó primero. Y si a ella no le importó que se le adelantara Gabriel ¿por qué me iba a importar a mí que se me adelantara ella? Más aún cuando yo ni siquiera tengo intención de vender libros... Así que seguí adelante y en ello estoy.
A mí me gusta escribir por escribir, es un hobby, no lo hago como un trabajo sino por la mera satisfacción de hacerlo. Escribir me cura de muchas cosas, me activa la imaginación, me permite "volar", y es algo que vengo haciendo desde los 11 años. El ejercicio de escribir se adapta mucho a mi personalidad, hace que me lleve mejor con mi soledad y a veces, en contadas ocasiones, me ha brindado la oportunidad de rozar momentos de inspiración absoluta que te elevan por encima de lo terrenal y te da esa sensación de inmortalidad que acompaña a las artes. En esa sensación quise basar mi vida y busqué un oficio que me lo permitiera, y subirme a un escenario o darle vida a un personaje me ha llevado por ese camino, a pesar de lo duro que se hace desde el punto de vista económico. Pero no lo cambio... mientras pueda sobrevivir así, así seguiré.
Hace aproximadamente un mes, me llegó una carta para ofrecerme la medalla de oro al mérito otorgada por el Foro Europa 2001 (una amiga me había recomendado), y por supuesto la rechacé. No solo porque hay que pagar por ella (lo cual ya tira para atrás) sino porque no creo ser merecedora de ningún tipo de premio a un mérito que no es tal. Si tengo mérito por algo es por hacer malabares con el dinero que nunca me alcanza para nada. Y además, si alguna vez me premian por algo quiero sentir que me lo he ganado y no esta cosa rara de pagar por una medalla que se acerca más al postureo que a otra cosa (con todos mis respetos a quien la haya aceptado, incluyendo la chica que me recomendó). Mi empeño ahora está puesto en alcanzar una posición digna con mi trabajo, y rechazar aquello que no me aporte satisfacción. En este sentido el término es amplio pero tengo claro lo que busco en cada cosa y estoy aprendiendo, poco a poco, el valor de poner límites a los delirios ajenos y propios.